Todos alguna vez tenemos un mal día.
Puede ser uno asqueroso, que empezó mal desde que pusimos un pie fuera de la cama, o pudo simplemente dañarse en el trascurso de las siguientes horas.
Puede ser un día completo, o pueden ser solo minutos.
Pero realmente a todos nos ocurre.
Sin embargo, depende de cada persona ahogarse o navegar en la adversidad.
Hace muy pocos días tuve que realizar varios trámites cansinos y repetitivos, con sol, con frío y con el maltrato de los servidores públicos y privados, entonces es como noté la diversidad humana de la que estoy rodeada.
Y es preocupante ver la tendencia de nuestra sociedad a la violencia.
¿Por qué recurrir a las malas formas al requerir un servicio?
Vemos todo rojo cuando estamos enojados, sin pensar en que, al contestar de mala gana a un cliente, no indicar adecuadamente una tarea a un alumno o simplemente no ceder un asiento al anciano, estamos siendo peores personas de lo que podemos ser.
Yo soy la primera persona que piensa que el mundo está tan mal que necesita cambios radicales, pero la amabilidad no te hace débil, una sonrisa no te hace menos importante y llevar a cabo una tarea, por más pequeña sea ésta, de manera eficiente, ayuda a crear sentimiento de dicha.
Ayuda a mejorar el mal día.
Ser un hater de la vida y de los compañeros no te dará un aumento o hará que Dios baje del cielo y te dé las gracias por darte cuenta de que Él tampoco confía en la bondad de la humanidad.
El único responsable de tener un mal día eres tú mismo.
La actitud para afrontar el mal tiempo es esencial.
Si tu jefe es la persona más horrorosa y vaga del mundo, alégrate porque tú eres más responsable y enséñale con tu trabajo que puedes lograr las cosas que la pereza no le dejó hacer a él.
Si tus alumnos son unos revoltosos y maleducados, ríete, porque son niños y, aunque maleducados, están allí y te escuchan, no yacen en una cuneta inconscientes con la nariz cubierta por polvo blanco o con una bolsa de cemento de contacto en sus manos.
Si derramas, quiebras o descompones algo, grítale a la pared o al suelo, pero no a la persona que pasaba por ahí.
Ella no es tú.
Llevar chicles o un mantra que repetir mentalmente para esos momentos particulares ayuda.
Y respirar, aunque suene muy anticuado.
Ah, y ayudar a alguien en un mal día es la regla básica. En mi caso, funciona.
Recibir la sonrisa de una mujer embarazada al cederle mi asiento en el transporte público, me hace feliz.
Se lee absurdo e infantil, pero eso me ha permitido no tener una úlcera.
Y sí, tal vez las personas no valoren tus buenas costumbres.
Quizás les causa gracia que seas tan dócil y soso, pero que esa actitud no mate tu espíritu.
Por cada persona que te da la espalda o tira tierra sobre tus méritos, hay tres más que le dan el valor adecuado.
Ser feliz no es un resultado, ni un estado eterno de satisfacción absoluta. Es simplemente saber apreciar las grandes emociones en los pequeños actos cotidianos.
La gente no va a cambiar de un día para otro, pero tú sí que puedes cambiar una de las muchas formas negativas que tienes de ver a la gente.
El respeto y la tolerancia no están de moda, pero existen. Por favor, hagamos uso de ellos, y, aunque sintamos deseos de mandar todo al diablo, recordemos que luego de ese momento de ira y frustración, vendrá un momento de paz y beneplácito. Solo es cuestión de quitarse los lentes del rojo ira y apreciar ese regalo.
No todos son malos, solo tienen un mal día, como tú o como yo.
Es cuestión de cada uno interpretar las señales y decidir si esparcimos odio o generamos productividad.
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