Los hay de todas las formas,
Pero, a fin de
cuentas, nos corrompen.
Sentimientos obsesivos,
Que quebrantan hasta las más férreas voluntades.
Siendo así nuestra decadente existencia,
Pretender ser un santo es una fútil quimera;
Somos demasiado humanos.
Una bestia envuelta en cara tela,
Un trovador de quien nadie nota su presencia;
Una marioneta de dioses paganos.
Tal vez esté exagerando,
Aunque creerlo sería un engaño,
Para qué seguir negándolo,
Tú sabes tan bien como yo
Que el valor de la moral no es más
Que una tasa modificable a voluntad.
Tu cuerpo perfecto,
Y el deseo de poseerlo entero,
Es de mí un vano anhelo.
Tu boca, tu piel,
Tu aliento, tu miel.
Mientras me clavas tu daga te ríes de mí,
Respiras mis besos mientras me sientes morir.
Es ésta la clase de vida que llevas,
El hombre, como animal, no es más
Que ambiciones carnales;
Una lucha de voluntades,
Entre la falsa moral y los placeres culpables.
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