Al pasar mi mirada por el cristal de la ventana,
Siento la violencia de una implacable tormenta;
El anuncio de un amargo y frío mañana,
La recompensa que obtengo al marchitar tu inocencia.
¿Acaso no he aprendido todavía,
Que mis celos y hermetismo hieren más que mil espadas?
Yo, que me creía un titán, un mecenas;
Soy un asno petulante que se arrastra entre rabia y cobardía.
Tus palabras al dejarme,
Tu mirada al besarme,
Tus maletas en la estancia,
Y tu alma donde yo no pudiera dañarla.
Tocarte ahora podría matarme,
Tocarte ahora podría salvarme,
Regresa y averígualo tú misma;
Regresa y ponle fin a
mi agonía.
Hoy conozco el dolor de un alma herida,
He sentido la pérdida delo que fue el amor de mi vida.
La incertidumbre en mi piel al no escuchar de ti mi nombre,
Las cenizas de lo que en algún momento llamé mi orgullo de
hombre.
No me da vergüenza ahora proclamarme un desdichado,
Decir que he caído como un tonto y como un tonto me he
enamorado,
De aquella a quien juré un voto matrimonial sin intención de
cumplir,
De aquella que me amó tanto, pero que yo tanto herí.
Está de más aclarar mi temor a la verdad,
La dependencia por alguien que no supe manejar,
Y es que el amor, cuando llega, fulmina,
Cega todo entendimiento,
Vuelve todo dinamita.
Quisiera que el tiempo diese tregua a mi tristeza,
Quisiera que el tiempo a mí te trajera de vuelta,
Pero no me engañaré pensando que sucederá,
Resulta que es mejor dejarte ir a que regreses y vuelvas a
sufrir.
Lo siento, mi querida
Dulcinea,
No pude ser el caballero andante que creías que era;
Y aunque me he dado cuenta de lo grandioso de tu valía,
Dejaré de ser egoísta y aceptaré que lo descubrí tarde.
Porque lo que un día brilló con tal fuerza deslumbrante,
Es hoy para ti un mal trago, algo que la lluvia ha de
llevarse.
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