Al viajar en el camino de la vida,
Jamás pensé que te conocería,
Llevaba en el tren algún tiempo,
Perdido entre nostalgias y alegrías.
Hasta que entraste en mi vagón con un lo siento,
Tu sonrisa competía con la luz de la mañana,
Y dorados como el trigo al sol, tus cabellos,
Insinuando picardía en compás con tu mirada.
Mi corazón se aceleró y mis mejillas enrojecieron,
Soy un tonto, me dije, por sentirme un adolescente
enamorado.
De mi contemplación imprudente desperté,
Justo para asentir a su pregunta sobre acompañarme.
Llevaba algún tiempo solo,
Aunque mis acompañantes habían sido varias,
Sólo se quedaban un tiempo corto,
Y con un adiós, como si nada, me dejaban.
Pero con ella sentí distinto,
Con ella mi piel cobró vida propia,
Se agudizaron como nunca mis sentidos
Y mi alma dentro del pecho danzaba.
Conversamos de todo y de nada,
Reímos cual niño en una fiesta abarrotada,
Me habló sobre sus asuntos privados,
Y yo compartí con ella lo que jamás había contado.
Fue el tiempo más hermoso de todo el viaje,
El sentimiento compartido, las frases acabadas por el otro,
Los juegos de palabras y las bromas sobre sombreros y
bolsos,
Todos los momentos vividos en compañía del bello paisaje.
Pero todo súbitamente acabó,
Cuando al llegar a una estación me miró,
Sus ojos se humedecieron al instante
Y su sonrisa se esfumó de repente.
Se levantó diciendo aquí me quedo,
Tomó sus maletas y volvió a mirarme,
Yo desesperado gritar quise,
Mas sólo un sollozo ahogar pude.
Le pregunté si volvería a verla,
Me dijo que era posible,
Pero su viaje acababa allí,
Mientras que el mío debía seguir.
Mi visión se volvió nublosa,
Por las lágrimas que reprimía,
Pero mi amor por ella más podía,
Y un beso amargo al final exigía.
Fue un beso desesperado,
El adiós jamás mencionado,
La tácita despedida de los corazones enamorados,
Que deben separarse pues la muerte ha llegado.
Su viaje terminó allí,
En nuestro vagón, junto a mí,
Y es ese lugar donde escribo este poema,
Que inconcluso quedará hasta que me reúna con ella.
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