Existen muchos placeres en la vida, comer, dormir, hacer deporte (opcional para mucha gente) y podría seguir con la lista de actividades recreativas y de salud, pero la entrada no va de eso.
Hoy, 23 de abril se conmemora el Día Internacional del Libro, circunstancia que ha mantenido a los lectores muy activos a nivel de Redes Sociales.
Para quienes poseen el mágico hábito de la lectura es básicamente normal abrir un libro hoy y disfrutar de su universo entre nubecitas de papel, pero para quienes leen por obligación o, peor, leen únicamente textos que ellos consideran "necesarios y útiles" para la vida diaria, el Día del Libro pasa frente a ellos sin pena ni gloria. Una más de esas fechas que vienen referenciadas en letras súper pequeñas dentro del calendario.
Sí, lo sé, yo también me escandalizaría al ver a una persona que tuviese esa filosofía, pero afortunadamente no conozco mucha gente así.
Pero tampoco hablaré sobre lectores o no lectores, porque no es nuestro día.
Es la celebración de los libros, de todos los libros del mundo, desde ese micro folleto que está escondido en la estantería más olvidada de la librería más apartada de la civilización, hasta del libro mayor, el más importante para nuestro idioma y para la vida en sociedad: El Diccionario.
Cuando hablo de libros no excluyo a ninguno, ni siquiera a esos que nos han causado vergüenza ajena, frustración, asco, decepción o rabia.
Los incluyo porque son, al fin y al cabo, libros.
Fueron empastados y dirigidos a un cuadrante determinado de la población, y, aunque no lo parezca, debe haber al menos una persona que lo haya disfrutado. Eso hace que me sea imposible desplazarlos, pues un libro es un refugio al que la mente acude cuando hay tribulaciones y me sentiría mal saber que desmerezco el gusto de esa persona únicamente porque me creo superior porque no leo lo que ella sí.
Nadie es superior a nadie por el tipo de libros que se lee.
Leer a Coelho no te hace un marginado con problemas de autoestima, leer a E.L. James no te hace pervertido, leer a Meyer no te convierte en estúpido y leer a Shakespeare no te hace la persona más interesante de la historia.
Cada persona está configurada genética y socialmente para diferir en al menos 5 cosas del resto de la población, así que ¿por qué tendría que afectar a una persona que guste de la Ciencia Ficción, que otra diga que no lee ese género, pero lee clásicos que la primera solo conoce de nombre?
Los libros salvan vidas, sea el libro que sea.
Los personajes que navegan en su mar de tinta interno han robado tantos corazones, tantas mentes se nutren de aquellas olas, tantos hombres llegan a cristalizar sueños de infancia por una o dos frases resaltadas en su cuento preferido, un libro destartalado y amarillento guardado durante décadas, reposando hasta que el gran día llegue.
El día en el que aquel jovencito, o aquella mujer lo toma en sus manos y dice gracias, pero uno sentido, como cuando se abraza a una madre luego de un viaje que nos ha parecido eterno.
Y el libro cobra vida, renace, y se convierte en el estandarte de la existencia de una generación futura.
Eso es sólo una milésima parte de lo que representa un libro para la vida de alguien.
Somos seres difíciles de sorprender, y por eso existe la diversidad literaria que existe.
El mayor regalo que se le pudo ocurrir a quien quiera que nos haya colocado en la tierra fue escoger a unos cuantos privilegiados y susurrarle al oído: "tú serás el encargado de poblar la mente de los hombres con sueños, anhelos y esperanza."
Ser escritor debe de ser una gran responsabilidad, pero un don tan absolutamente maravilloso que resultaría tan simple considerarlo una más de esas actividades que nos divierten.
Gracias por existir.
Y Gracias por salvarnos todos los días.
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